En los 80´los científicos indicaron que al mejorar las condiciones laborales, el trabajador sería más productivo y cambiamos el Capataz por un armonioso Director de RRHH, entendiendo la queja o la protesta como una enfermedad a ser erradicada.
Durante 10 años en Ecuador fue prohibido quejarse o criticar y quienes lo hicieron fueron denigrados, perseguidos, enjuiciados. Este modelo ochentero de administración, se mantiene y los políticos pagan ejércitos digitales prestos a atacar a quienes cuestiona sus acciones; o las ideologías que profesan y criticarlas implica violentas represalias. Las izquierdas con tildar de fascista al divergente creen anular su pensamiento y negar su existencia.
Para fines de los 90´ las quiebras marcaron el fracaso de la escuela de la RRHH, pues al no existir quejas, los problemas crecieron y devoraron a las empresas. Los cientistas entendieron que donde hay una queja hay un problema a ser resuelto y el quejoso no es un subversivo, sino el punto de partida para que fluyan los procesos.
A partir del 2017, la energía de millones de personas reprimidas, explotó en la cara a los correistas, atormentados sin entender que las diferencias y cambios son parte de la vida. Aquí no hay traidores, solo personas con otras creencias, pero todos con los mismos derechos a vivir aquí y gobernar. Infamar opositores no ennoblece nuestros dogmas. Nos enorgullecemos de nuestra diversidad de plantas y animales, pero flagelamos a los seguidores de la diversidad de creencias existentes.
Gobernar para reprimir a los divergentes, es la oferta de las izquierdas a base de vender venganza, odio y resentimiento. En Ecuador no hay centros ni derechas, pero sí mucho miedo; una energía que se acumula y explotará contra los que lo siembran.
Debemos aceptamos como somos, todos los que estamos y con todas las diferencias que tenemos. No luchemos por eliminarlas, prioricemos la convivencia productiva y pacífica por sobre las creencias. Lo único constante en la vida es el cambio.